lunes, 1 de mayo de 2017

BAJO LA LLUVIA DE ABRIL



Como recuerdo al mes que acabamos de terminar vamos a publicar.
BAJO LA LLUVIA DE ABRIL


Prólogo

           Este Iº Premio de Relatos Cortos “Carmen Gómez Ojea” ha surgido gracias a la iniciativa de la Asociación de Mujeres “Eva Canel” que desde el año 2004 cuenta entre sus actividades con una tertulia literaria.
                En el momento de iniciar esta tertulia  las participantes apenas habíamos leído a mujeres escritoras. Gracias a nuestra directora Carmen Suárez Suárez, conocimos a Carmen Gómez Ojea. Nos honra desde entonces con su amistad  y nos visita todos los años. Comentamos siempre una de sus obras. En su honor, y como reconocimiento, decidimos el año 2009 convocar este Premio con el objetivo de que pudieran de que pudieran participar  en él escritoras que abordasen “con originalidad y novedad los deseos, aspiraciones y potencialidades de las mujeres”. De igual manera, adquirimos el compromiso de publicar y difundir el relato premiado.
                Desde la Asociación que presido  queremos agradecer la participación desinteresada de nuestra directora Carmen Suárez Suárez, de cuantas colaboradoras nos han acompañado estos años. Pilar Cartón Álvarez, Alejandra Moreno Álvarez, Socorro Suárez Lafuente. Y, cómo no, la participación de estas dos últimas personas, acreditadas  y expertas de literatura de mujeres, que aceptaron formar parte del Jurado. Quiero, además, destacar el interés y entusiasmo demostrado por todas las que participamos  en la tertulia. Sin ellas, sin nosotras, no hubiera sido posible descubrir el placer de leer un libro y poderlo comentar juntas.
                Es para todas un orgullo haber hecho realidad este pequeño proyecto. Gracias a él podemos conocer a escritoras como a Gemma Ortiz López, a la que deseamos los mayores éxitos. Espero que les guste su relato, Bajo la lluvia de abril.
Adela Rodil
Presidenta de la Asociación de Mujeres “Eva Canel
Gijón, 28 de mayo de 2010



“La intuición de la mujer es más precisa
Que la certeza de un hombre”
Rudyard Kipling

BAJO LA LLUVIA DE ABRIL

Gemma Ortiz López


                    Silvia corrió sacudiendo sus oscuros rizos y lamentó haberse olvidado el paraguas. No era raro que lloviera en abril, ya lo decía el refrán, pero ella tenía la cabeza tan llena de problemas que lo que menos le preocupaba en aquel momento era el tiempo. Asiendo fuertemente la carpeta con toda la documentación de su caso corrió a resguardarse en una marquesina del autobús. A aquellas horas la calle estaba llena de gente,  así que tuvo que apretarse e intentar cubrirse todo lo posible. Enfrente, en la Plaza  de Europa, una joven indigente intentaba resguardarse en una cafetería, pero el camarero, con cara de malas pulgas, la echó con cajas destempladas. Al ver su cara, Silvia se acordó de la joven que habían encontrado en el Parque Ingles…
                Aquella mañana también llovía, y Silvia había tenido que llevar a su hija Carolina al colegio en coche porque ya estaba harta de catarros, y si la niña se mojaba seguro que volvería a resfriarse y de nuevo tendría que pedir el favor al jefe para cambiar el turno, y pedirle a su madre que fuese a dormir a su casa para echarle una mano. Esta vez no habría ni catarros ni favores.
                Volvía de dejar a la chiquilla en el colegio, con la radio del coche encendida. En  un arranque de malhumor  la apagó y dejó que el repiqueteo de la lluvia en los cristales  fuese su música de fondo, una música que muy bien podía transmitir la tristeza y melancolía que sentía. Llevaba  siete años en la policía. Se había tragado todas las guardias y cambios de turno que nadie quería, y nada de eso había sido jamás tenido en cuente. Todos sus compañeros podían disponer de sus días libres sin problemas, pero cuando ella pedía un día, por algún motivo verdaderamente importante, tenía que ver la cara de desdén de su jefe mientras le decía que estaba cansado de que le dejase en la estacada por cosas de “mujeres”. Todos sus compañeros habían participado en casos importantes mientras que a ella sólo la llamaban para acudir a escenas de crímenes o accidentes donde había unos cadáveres horrorosamente mutilados, y cuando el caso se ponía interesante la apartaban y se lo daban a algún compañero con más experiencia. Al principio lo había aceptado, pero cuando le  habían dado el caso de un cadáver que había aparecido en la Campa de Torres a un novato que llevaba tres años menos que ella en aquel entonces, se había sentido verdaderamente dolida. Comprendía que era en esos tiempos de cambios, con un sistema de gobierno nuevo y después de tantos años de dictadura, era difícil aceptar a una mujer en determinados trabajos. También comprendía que al principio pudiesen  dudar de sus cualidades, porque todos ellos habían recibido una educación como la que entonces se estilaba, es decir, machista, y de golpe y porrazo no se le podía borrar todo eso, pero ya llevaba demasiado  tiempo en esa comisaría y había demostrado con creces que podía hacer cualquier trabajo igual que sus compañeros. Ella siempre entraba la primera y salía la última. También sabía que la causa mayor de su rechazo era el hecho de ser madre soltera. Para todos aquellos rectos policías con los que compartía comisaría ella era una cualquiera que se había acostado con “vete tú a saber cuántos tíos” hasta que, claro, le pasó lo que le pasó. Lo que ninguno de ellos sabía es que había tenido un novio formal durante cuatro años, y con el que tenía planes de boda. Cuando quiso ser policía él le había dado un ultimátum, ella eligió su profesión. Cuando supo que estaba embarazada no le dijo nada y dejó Avilés para venirse a Gijón. Necesitaba poner tierra por medio, pero no quería abandonar Asturias, así que imaginó que con un cambio de ciudad sería suficiente. Los primeros años habían sido muy difíciles, siempre pidiendo a su madre que fuese a Gijón a cuidarla niña, pero cuando esta empezó al colegio pudo arreglarse un poco mejor.
                Cuando llegó a comisaría apenas había nadie, excepto la secretaria, la otra mujer que trabajaba allí, pero que era bien tratada por todos porque estaba en su sitio, en el lugar que le correspondía y no ocupando un puesto de trabajo de hombre con absurdas aspiraciones de futuro.
                Cuando le preguntó por qué no había nadie, ésta le respondió que la mayoría habían llamado diciendo que tenían gripe, así que el comisario quería verla en su despacho.
                Asustada, se dirigió a la guarida del lobo, pensando que ella también había tenido gripe, contagiada por su hija, y no había podido quedar en cama ni un día.
                -Siéntate, Silvia –le dijo el comisario con cara de malas pulgas- y escucha con atención. Esta mañana una señora, que estaba paseando a su perro, se encontró el cadáver de una chica. La mayoría de los agentes están enfermos, así que irás a la escena del crimen y después te acercarás al hospital de Jove para supervisar la autopsia. Generalmente seguimos otro protocolo y dejamos a los muertos en la Piedrona del cementerio de Jove, pero dado el estado de la muchacha debemos actuar cuanto antes. Cuando la autopsia finalice, vienes y me entregas un informe. Después decidiré como seguimos, quizá con un poco de suerte alguno de tus compañeros esté de vuelta mañana.
                Con semblante serio Silvia salió del despacho y se dirigió al coche. La había dolido tremendamente que su jefe le insinuara que sus compañeros eran los más indicados para llevar el caso, y le había molestado que mostrase tan abiertamente sus ganas de que éstos regresasen.
                Intentando ser optimista se dijo a sí misma que tal vez lo mejor sería ir a la escena del crimen y aprovechar la oportunidad. Cuando sus compañeros regresasen, ya se vería
                Aparcó el coche delante El Molinón y caminó unos minutos hasta el Parque Inglés. Enseguida vio las luces de los coches patrulla de la policía local y de la ambulancia. Decidida, se acercó  a uno de los policías y les enseñó su placa. Éste la miró con reticencia y le indicó donde estaba el cuerpo, a unos veinte metros de allí. Cuando se acercó, sintió un nudo en la garganta. Una joven de unos veintidós años yacía tendida bocarriba  en la húmeda hierba. Sus verdes ojos sin vida miraban al infinito y una mueca grotesca le daban a su cara un aíre extraño, era la expresión más pura del miedo. En el pómulo derecho tenía un lunar que le resaltaba aun más el rictus del terror que había en su cara. Vestía una camiseta de tirantes imitando  piel de leopardo y una falda muy, muy corta de cuero negro. Asomaba una liga roja que sujetaba unas medias de red y llevaba un zapato rojo de altísimo tacón en uno de sus pies, el otro aparecía tirado a unos metros. Sus cabellos eran rubios, con tonos más claros sin duda conseguidos con vetas, tan de moda entonces. También tenía puesta la permanente, así que su pelo era una maraña de rizos y barro de todas las gamas de amarillo y marrón.
                Silvia se presentó al forense jefe y éste le explicó que en aquel lugar poco podían averiguar. La chica había sido apuñalada en un costado, pero dada la ausencia de sangre el crimen debía haber sido cometido en otro sitio. La hora de la muerte podía estimarla basándose en el rigor mortis, aunque no podía ser del todo exacta  porque al trasladarla probablemente habría habido cambios de temperatura. Así todo, y apoyándose también en la temperatura corporal, cría que llevaba unas doce horas muerta. El crimen había ocurrido alrededor de la medianoche anterior.
                En ese momento llegó el juez, y después de la escrutadora mirada que dirigió a Silvia dio orden de levantar el cadáver.
                Cuando llegaron al hospital Silvia fue directamente a la sala donde habría de practicarse la autopsia. La verdad es que la muchacha estaba bastante asustada y hubiese deseado que en su lugar estuviese Nicanor, su compañero más habitual, que desconocía la palabra asco y era capaz de comerse un bocadillo de hígado  mientras presenciaba una autopsia.
                Al momento llegó el doctor con un ayudante y un celador que empujaba la camilla con la víctima. Tras saludar de nuevo a Silvia encendió una grabadora y empezó a recitar con una voz monótona.
-Mujer caucásica blanca de unos veinte, veintidós años  de edad. Lo primero que haré será un examen visual. A simple vista, con la ropa puesta, no se aprecian heridas, excepto unos desgarrones en la camiseta, a la altura del costado, que hacen pensar en una herida de arma blanca. Tiene varias uñas rotas y hematomas en los antebrazos, lo que nos indica heridas claramente defensivas, es decir, la victima resistió. El pelo y la parte trasera de la ropa aparecen llenos de barro, seguramente debido a que fue arrastrada para dejarla en el lugar donde apareció. La dentadura está bastante bien conservada, y esperamos que nos sirva como identificación. Viste una indumentaria llamativa que podríamos calificar como propia de  “mujeres de la calle”, y va muy pintada, aunque el maquillaje se le ha descompuesto debido a las horas que ha estado a la intemperie. No lleva documentación que la identifique, cosa que no es inusual en prostitutas, pero tampoco lleva bolso ni joyas, y eso si es extraño. Ahora vamos a quitarle la ropa.
                -La mujer lleva ropa interior negra y roja de encaje y pedrería. En el costado derecho tiene muchas heridas y muy profundas producidas por un cuchillo de grandes dimensiones. Ahora voy abrir y terminaremos la autopsia.
                Cuando el doctor terminó de realizar la incisión miró a Silvia con cara de sorpresa.
                -Esta mujer estaba embarazada –explicó- y de tres mese como mínimo, así que es muy probable que lo supiera.  La causa de la muerte es la pérdida masiva de sangre a consecuencia de las puñaladas recibidas, acentuada por una terrible hemorragia  interna debido al embarazo.
                El resto de la autopsia no aportó apenas nada nuevo, así que Silvia salió del hospital disparada. Estaba mareada por haber presenciado esa terrible escena, pero no podía dejar de pensar en que ese embarazo hacía suponer que el crimen era más complicado de lo que a simple vista parecía. Cuando llegó a la comisaría escribió su informe y fue a entregárselo al comisario.
-Bueno, parece que el asunto está bastante claro-dijo el hombre encendiendo un cigarrillo-, se trata de un robo. No encontraron su bolso y no llevaba joyas, según he podido leer, y ese tipo de mujeres lleva siempre muchas joyas. Seguramente se metió en un territorio que no era el suyo y alguien se la quitó del medio. Esperaremos el mes de rigor a ver si alguien viene a reconocerla si no, a la fosa común, aunque para mí el caso está resuelto.
                Silvia intentó explicar su punto de vista. No se trataba de un robo porque el forense había añadido que había apreciado un ensañamiento que hacía suponer que asesino y víctima se conocían. Añadió que estaba embarazada, pero el comisario la echó de allí y le dijo que la esperaba al día siguiente para que volviera a su trabajo de siempre y no lo dejase abandonado. Mientras volvía a casa, cansada pero con ganas de ver a Carolina,  decidió que resolvería el caso aunque fuera lo último que hiciera. Si las cosas no salían bien dejaría la policía y buscaría un empleo que le permitiese estar   más tiempo con su hija.
                Cuando llegó, la niña ya esperaba impaciente y empezó a bombardearla con historias del colegio, cómo a Marta la habían quitado el bocadillo, que la señorita Regina había preguntado la lección y que don Miguel les había puestos muchos deberes de lengua. Sonriendo fue a preparar la cena y llenar la bañera para su hija. Cuando la pequeña estuvo acostada, Silvia empezó a pensar en el caso. Ella creía que lo primero que tenía que hacer  era identificar  a la víctima, y una vez dado ese primer paso revisar todos sus últimos movimientos y comprobar la cortada de las personas con las que se relacionaba.
                Se pasó la semana siguiente, cada vez que tenía un poco de tiempo libre, recorriendo todos los antros de la ciudad. No le quedó pensión ni casa de citas por visitar, pero nadie había echado de menos a una mujer con las características de la víctima. Había perdido la esperanza cuando un día, al llegar a comisaria, encontró la respuesta. En la sala de espera estaba sentada una mujer con aspecto llamativo. Preguntando a la secretaria por qué esperaba si había agentes  desocupados, y ésta, arrugando la nariz, le respondió que estaban esperando a que llegase ella, pues seguro que no le importaba tratar con mujeres de esa “calaña”. Silvia estaba perpleja, pero rehaciéndose mandó pasar a su despacho a la mujer.
                -Venía a poner una denuncia –explicó la mujer.
                -De acuerdo. Dígame el nombre y el motivo de su denuncia –pidió Silvia.
                -Me llamo Lulú – dijo la mujer mascando chicle-, pero mi verdadero nombre es Margarita García. Quería denunciar la desaparición de una compañera.
                -¿En qué trabaja usted? –Preguntó Silvia.
                -Trabajo en la calle, ya me entiende, y Susi era mi compañera. Hace más de una semana que no sé nada de ella. Al principio no me preocupé, porque últimamente pasaba varias noches fuera con ese novio nuevo que se ha echado, pero ahora ya han pasado demasiados días y estoy preocupada.
                -Muy bien. Ahora me gustaría que me diera una descripción de los más detalles posibles de su compañera-continuó Silvia-, y luego comprobaremos si tenemos datos de alguien que responda a esas características.
                -Susi tiene veintidós años. Lleva el pelo rubio y rizado. Sus ojos son verdes y siempre se pinta un lunar en el pómulo.
                Mientras escuchaba la descripción, Silvia pensó que todos esos datos encajaban con la muchacha del Parque Inglés. Decidió hablar claramente con Lulú y quedaron para ir esa misma tarde a reconocer el cuerpo.
                A las cuatro de la tarde entraron en el hospital de Jove. Un celador las acompañó y cuando Lulú vio ante sus ojos aquel cuerpo cubierto con una sábana se sintió incapaz de mirar.
                -¿Qué ocurriría si no reconozco el cuerpo? –preguntó con un hilo de voz.
                -Pues que si nadie lo reconoce antes de un mes desde la fecha que fue encontrado, se enterrará en la fosa común.
                -Entonces a adelante –dijo Lulú armándose de valor.
Silvia cerró los ojos y de un tirón seco apartó la sábana que cubría el cadáver. Lulú observó el maltrecho rostro y sus ojos se empañaron. Con voz ronca y desviando la mirada dijo  que se trataba de Susi.           
                Cuando estuvieron de nuevo en el coche Lulú quiso saber qué había pasado a su amiga. Silvia le explicó lo que sabía y le dijo que quería interrogarla en comisaría, seguro que ella sabía más de lo que decía. Lulú tenía que irse porque tenía que arreglarse para empezar a trabajar en un par de horas, pero acordaron verse la mañana siguiente.
                Cuando Silvia llegó a comisaría escribió el informe y lo dejó en la mesa del comisario, pues ése había salido. Luego fue a la calle San Bernardo a comprarle a Carolina el casette de Parchís, pues se lo había prometido cuando había estado enferma.
                Cuando Carolina vio el regalo que le traía  su madre no cabía en sí de gozo, y pasó el resto de la tarde cantando.
                A la mañana siguiente, cuando Silvia llegó al trabajo, la secretaria, con cara de bruja, le dijo que el comisario la estaba esperando.
                Asustada, pero con paso decidido, fue  a hablar con él.
                -Veo que has identificado el cuerpo de la prostituta – empezó a decir el jefe.
                -Así es –Explicó Silvia-, una compañera vino a denunciar su desaparición. Ahora podremos averiguar más cosas…
                -De eso quería hablarte –interrumpió el comisario-. No averiguamos más porque el caso está cerrado. En esta comisaría el presupuesto es muy reducido y ahora que sabemos que era una prostituta no merece seguir investigando. No llevaba joyas ni bolso, así que fue claramente un robo. Ahora será enterrada y tú te ocuparás de investigar un accidente que ha ocurrido esta mañana en Serín.
                -Pero… -intentó protestar Silvia.
                -No hay peros que valga –zanjó el comisario.
                Cuando terminó de hablar con los implicados en el accidente fue a comisaría a decirle a Lulú que no podía interrogarla. Después de decirle esto en voz alta delante de la secretaria la acompañó a la puerta y en un susurro le dijo que debían verse al día siguiente por la mañana, en la cafetería de la Plaza de los Mártires.
                La mañana siguiente fue uno de esos días en que todo se retrasa porque no había sonado el despertador. Después de mil carreras había salido corriendo de cas sin paraguas y había tenido que resguardarse en la marquesina de la Plaza Europa. Desde allí había visto a una joven que le había recordado a Susi, y su mente había empezado a recordar, pero   ahora debía centrarse en el presente y halar con Lulú…
                Lulú ya estaba en la cafetería cuando Silvia llegó. Iba menos maquillada que de costumbre y sus ojos estaban enrojecidos. Sin duda había llorado, tal vez por la pérdida de su amiga o tal vez por algún otro problema personal. Después de pedir un café solo y de saludarse Silvia empezó a preguntarle a la mujer todo lo posible acerca de Susi.
                -El otro día me dijiste que tu amiga tenía un novio nuevo, ¿Sabes algo de él?
                -Sé que era hijo de algún gordo. Susi siempre decía que se casarían y él la sacaría de la calle. El chico tenía dinero y siempre le hacía regalos muy caros. Susi vivía en un piso con tres compañeras y a lo mejor ellas saben quién es él.
                Después le hizo las típicas preguntas sobre la familia de la víctima y sobre sus amigos. Al parecer la muchacha no tenía familia, o en caso de tenerla no mantenía ningún tipo de contacto con ella. Tampoco tenía amigos, excepto a Lulú y las tres chicas con las que vivía. Después de darle la dirección en la calle Ezcurdia  para hablar con las compañeras de piso, Lulú se fue por donde había venido.
                Silvia observó que había parado de llover, así que fue por El Muro hasta la calle Ezcurdia. Una vez hubo localizado la vivienda llamó al timbre hasta que consiguió que le abrieran. Cuando salió del ascensor vio una figura en el quicio de una puerta. Se trataba de una mujer de unos treinta años que llevaba un camisón de encaje con una bata haciendo juego. Su pelo estaba enmarañado y restos de maquillaje embadurnaban la cara. Cuando Silvia se presentó la mujer la miró  extrañada y dijo que nunca había visto a un “madero” mujer. Luego la hizo pasar a un salón  lleno de adornos de lo más variopinto. Había exquisitas figuras de porcelana de Dresde y brillantes figuras  de madera traídas sin duda de algún viaje a África. La pared estaba llena de tapices con motivos de caza y óleos de fiestas rurales al más puro estilo de Piñole. La mujer le indicó un confortable sillón Silvia, sentándose, preguntó por las otras dos compañeras de piso. La mujer explicó que estaban durmiendo, pues habían acabado de trabajar muy tarde, pero podría despertarlas. Silvia dijo que primero hablaría con ella, y después interrogaría a las otras. Cuando la mujer, que se hacía llamar Pela, supo lo que le había ocurrido a Susi se quedó muy sorprendida. Al contrario que Lulú, ellas no se habían preocupado por su desaparición porque muchas veces pasaba días fuera de casa. No entendía por qué ni los periódicos ni las noticias habían hablado del caso.
                Después de decirle más o menos lo mismo que había dicho Lulú, le dijo que sabía el nombre del novio, aunque desconocía el apellido. Sabía que era de buena  familia y se llamaba Laurentino, un nombre de lo más raro. Después interrogó a las otras compañeras de piso y todas dijeron lo mismo. Cuando preguntó si alguna sabía que estaba embarazada, todas se sorprendieron, pero añadieron que no era raro dado su trabajo, y una de ellas explicó que ella ya había dado tres niños en adopción a familias de dinero, dos en Oviedo y otra en Pravia. El tiempo pasaba y Silvia apenas tenía tiempo para seguir investigando. Entre su trabajo y su hija los días eran una sucesión de minutos entrelazados en los que siempre estaba pensando qué iba hacer a continuación. Le preocupaba que Susi aún no hubiera sido enterrada, pues si pasaba el mes iría a la fosa común, pero ella de momento no podía hacer nada.
                Una tarde cuando iba a casa, vio a la secretaria enseñando unas tijeras muy extrañas a la mujer de la limpieza. A Silvia le llamaron la atención, y  la susodicha, con una voz cargada de orgullo, le explicó que eran unas tijeras para zurdos que había traído su hijo de Barcelona. Serían el regalo de cumpleaños de Tino, la secretaria la miró como si  le acabara de decir que no sabía quiénes eran los Reyes Magos.
                -Pues Tino, mujer –explicó-, el hijo del comisario. Es un joven con posibles y mi hija pequeña es muy guapa, así que le dará este detallito por su cumpleaños y así podrán hablar e ir conociéndose. Cuando salió de allí, Silvia pensaba en lo superficial que era aquella mujer. Sólo le importaba que su hija hiciese una buena boda, seguro que ni se le había pasado por la cabeza preguntarle si quería estudiar, o si le gustaría trabajar en algo.
                Cuando llegó a casa Carolina esperaba impaciente. La habían invitado a una fiesta de cumpleaños y estaba muy contenta. Su madre apenas podía creérselo, porque generalmente a su hija no la invitaban a esa clase de eventos porque su madre era, ya sabes, algo ligera de cascos y la criatura estaba creciendo sin padre. Luego su hija sacó un troza de cartulina profusamente decorado de su cartera y dijo que era la invitación, pero que su amigo se había equivocado al escribir el nombre. No había puesto Nacho, sino Ignacio.
Silvia sintió que todo le daba vueltas, y mientras le explicaba a su hija que Nacho era diminutivo de Ignacio, a su mente acudían las palabras de la secretaria: “Tino, mujer, el hijo del comisario”, y recordaba que el novio de Susi se llamaba Laurentino. Eso podía ser casualidad, pero las heridas que presentaba la víctima estaban en el costado derecho, y habían sido hechas por delante, por tanto las había realizado algún zurdo.
                Los siguientes días se dedicó a recopilar toda la información posible sobre Tino. Conocía sus apellidos y dirección, así que solo tuvo que seguirlo discretamente y averiguar quiénes eran sus amigos. Luego fue abordarlos de uno en uno con diferentes excusas, en una ocasión dijo que era una investigadora que buscaba terroristas y necesitaba datos de todas las personas de una lista, que ella se había inventado, y se lo creyeron. Otras veces utilizaba otros pretextos, y una vez llegó incluso a vestirse y arreglarse para introducirse en el círculo de amigos. Estuvo de suerte  y pudo hablar con una de sus amigas. Fingió interesarse por Tino y la chica le dijo que debía mantenerse alejada lejos de él, porque era un cara dura que había dejado embarazadas a un montón de chicas y su padre las pagaba viajes a Londres para deshacer el entuerto.
                A esas alturas Silvia estaba razonablemente segura de que Tino había matado a Susi, todo concordaba. El problema era que no tenía ni una sola prueba, y como su padre era quien era, debía buscar pruebas que fuesen absolutamente irrebatibles. Armándose de valor llamó al laboratorio para preguntar si ya tenían los resultados de las pruebas realizadas a Susi, y el chico que estaba al teléfono le respondió que Sí pero que como el caso estaba cerrado no las habían enviado. Ella dijo que pasaría a recogerlas porque debía ponerlas en el informe antes de cerrar el caso. Lo peor fue convencerlo para que no llamara al comisario para corroborar, pero estaba tan ocupado que al final quedaron de verse en el hospital para entregarle a Silvia los resultados. Cuando Silvia se encontró con el chico del laboratorio. Pedro, éste le resumió un poco el informe.
                -Me imagino que ya sabes lo que di cela autopsia. Lo bueno es que hemos encontrado huellas dactilares. Ha sido una casualidad porque se supone que el asesino llevaba guantes, pero había dos huellas parciales, aunque bastante claras, en una uña de la víctima. También había fibra de moqueta que no sabemos identificar, pero nos han dicho que son muy raras y si encontramos otra igual son muy fáciles de identificar. De todos modos, como el caso está cerrado, poco importa. El dueño de las huellas no está fichado, lo hemos comprobado.
                Al día siguiente Silvia decidió jugárselo todo a una sola carta. Pidió una grabadora prestada a la madre de una amiguita de Carolina, y observó la casa de Tino. Cuando éste salió, le siguió. Se pasó media mañana dando vueltas por Gijón, de la casa a la Caja de Ahorros, de allí a la Plazuela San Miguel, y una vez allí entró en el Cafetón a tomar un café. Entonces Silvia aprovechó y entró a la cafetería. Vio que se había sentado solo y con su mejor sonrisa preguntó si podía acompañarle. El joven se sorprendió, pero cuando quiso darse cuenta ya estaba en su mesa.
                -Hola, me llamo Silvia.
                -Hola –dijo el joven.
                -Me gustaría hacerte algunas preguntas. ¿Conocías a una joven llamada Susi?
                -No –dijo el chico-, no me suena, pero conozco a mucha gente y no recuerdo todos los nombres.
                -Ésta ha aparecido muerta, así que es más fácil de recordar –continuó la agente-. Sus amigas juran que eráis novios, y hay testigos que os vieron juntos la noche en que murió –mintió ella.
                -Sus amigas pueden decir lo que quieran –dijo el joven con frialdad-, pero no era mi novia. Además nadie pudo vernos porque estuvimos en mi casa.
                -Entonces afirmas que la conocías. ¿Qué hacía en tu casa esa noche? –siguió la chica.
                -Nada, solo hablar un poco.
                -Fue a decir que estaba embarazada –sugirió Silvia-y tú no supiste cómo salir del problema.
                -Aunque así fuese, eso no significa que yo sea su asesino-se defendió el muchacho.
 -No, pero  todo apunta hacia ti. En primer lugar tuviste la oportunidad y el móvil.
 Además  eres zurdo, algo que concuerda con el asesino, pues nadie diestro habría podido darle a alguien esas puñaladas. Tu padre es el comisario y pudo cerrar el caso fácilmente, por eso me lo dio a mí, para poder quitármelo sin levantar sospechas.
                -Usted no puede demostrarlo –dijo Tino desafiante-, nadie le escuchará y no tiene pruebas.
                -Por supuesto que las tengo. Además delo dicho, he grabado esta conversación donde reconoces que has dejado embarazada a la víctima y que estuvo en tu casa  la noche de su muerte. Tenemos muestras de moqueta que podremos comprobar con las del material del coche, donde la metiste para llevarla al parque, y, por último –dijo cogiendo rápidamente la taza de café que estaba tomando Tino-, tenemos tus huellas y podemos comprobarlas con éstas que me acabas de regalar.
                La cara de Tino era una mueca de ira y frustración, pero no podía hacer nada. Estaban en un sitio lleno de gente y aquella mequetrefe se había salido con la suya.
Dos meses después
                Silvia recordaba el triste entierro de Susi. Su amiga Lulú aseguraba que la muchacha quería un entierro civil, así que una lluviosa mañana se reunieron en el cementerio de Ceares, y allí, sin rito ni pompa, y con la sola presencia de Lulú, sus tres compañeras de Piso y Silvia la enterraron en la parcela de disidentes del Sucu, ese lugar en el que un muro separa a los buenos cristianos que irán al cielo de las almas corrompidas como Susi. Cuando la última palada de tierra cayó sobre ella, Silvia se despidió del escueto cortejo fúnebre y fue bajo la lluvia a buscar a su hija.
                Sumida estaba en esos recuerdos cuando los chillidos de Carolina la devolvieron a la realidad.
                -¡Mami, mami! – Chilló carolina-, hay una foto tuya en “El Comercio”.
                Silvia cogió el periódico que le tendía la pequeña y lo leyó. El artículo era bastante corto, pero el periódico había sabido resumir muy bien el caso. Al final todo había sido como ella se había imaginado. Susi se había quedado embarazada y cuando se lo    había dicho a Tino éste le había dicho que le pagaría un viaje a Londres para que abortara. La muchacha se negó  a ello y le amenazó con contar a todos que iba a tener un hijo con una prostituta. Dominado por la rabia la había apuñalado con un cuchillo jamonero, y a altas horas de la madrugada la había metido en el maletero del coche y la había dejado en el Parque Inglés. Las fibras del maletero habían sido una prueba muy importante, porque esa moqueta no venía de serie, se la había puesto él, por tanto solo podía proceder de su coche. Las huellas de las uñas se las había hecho seguramente durante el forcejeo, cuando aún no se había puesto los guantes. Al final del artículo el periodista felicitaba a Silvia, la primera inspectora de la región, y esperaba que pronto pudiese sustituir al destituido comisario. Sonriendo, cerró el periódico y se puso a cantar con su hija; Parchís, chís, chí…

               
               
               

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