Como recuerdo al mes que acabamos de terminar vamos a publicar.
BAJO LA LLUVIA DE ABRIL
Prólogo
Este Iº Premio de Relatos Cortos
“Carmen Gómez Ojea” ha surgido gracias a la iniciativa de la Asociación de
Mujeres “Eva Canel” que desde el año 2004 cuenta entre sus actividades con una
tertulia literaria.
En
el momento de iniciar esta tertulia las
participantes apenas habíamos leído a mujeres escritoras. Gracias a nuestra
directora Carmen Suárez Suárez, conocimos a Carmen Gómez Ojea. Nos honra desde
entonces con su amistad y nos visita
todos los años. Comentamos siempre una de sus obras. En su honor, y como
reconocimiento, decidimos el año 2009 convocar este Premio con el objetivo de
que pudieran de que pudieran participar
en él escritoras que abordasen “con originalidad y novedad los deseos,
aspiraciones y potencialidades de las mujeres”. De igual manera, adquirimos el
compromiso de publicar y difundir el relato premiado.
Desde
la Asociación que presido queremos
agradecer la participación desinteresada de nuestra directora Carmen Suárez
Suárez, de cuantas colaboradoras nos han acompañado estos años. Pilar Cartón
Álvarez, Alejandra Moreno Álvarez, Socorro Suárez Lafuente. Y, cómo no, la
participación de estas dos últimas personas, acreditadas y expertas de literatura de mujeres, que
aceptaron formar parte del Jurado. Quiero, además, destacar el interés y
entusiasmo demostrado por todas las que participamos en la tertulia. Sin ellas, sin nosotras, no
hubiera sido posible descubrir el placer de leer un libro y poderlo comentar
juntas.
Es
para todas un orgullo haber hecho realidad este pequeño proyecto. Gracias a él
podemos conocer a escritoras como a Gemma Ortiz López, a la que deseamos los
mayores éxitos. Espero que les guste su relato, Bajo la lluvia de abril.
Adela Rodil
Presidenta de la Asociación de Mujeres “Eva Canel”
Gijón, 28 de mayo de
2010
e-mail: amevacanel@yahoo.es
“La intuición de la mujer es más precisa
Que la certeza de un hombre”
Rudyard Kipling
Silvia corrió sacudiendo sus
oscuros rizos y lamentó haberse olvidado el paraguas. No era raro que lloviera
en abril, ya lo decía el refrán, pero ella tenía la cabeza tan llena de
problemas que lo que menos le preocupaba en aquel momento era el tiempo.
Asiendo fuertemente la carpeta con toda la documentación de su caso corrió a
resguardarse en una marquesina del autobús. A aquellas horas la calle estaba
llena de gente, así que tuvo que
apretarse e intentar cubrirse todo lo posible. Enfrente, en la Plaza de Europa, una joven indigente intentaba
resguardarse en una cafetería, pero el camarero, con cara de malas pulgas, la
echó con cajas destempladas. Al ver su cara, Silvia se acordó de la joven que
habían encontrado en el Parque Ingles…
Aquella
mañana también llovía, y Silvia había tenido que llevar a su hija Carolina al
colegio en coche porque ya estaba harta de catarros, y si la niña se mojaba
seguro que volvería a resfriarse y de nuevo tendría que pedir el favor al jefe para
cambiar el turno, y pedirle a su madre que fuese a dormir a su casa para
echarle una mano. Esta vez no habría ni catarros ni favores.
Volvía
de dejar a la chiquilla en el colegio, con la radio del coche encendida.
En un arranque de malhumor la apagó y dejó que el repiqueteo de la
lluvia en los cristales fuese su música
de fondo, una música que muy bien podía transmitir la tristeza y melancolía que
sentía. Llevaba siete años en la policía.
Se había tragado todas las guardias y cambios de turno que nadie quería, y nada
de eso había sido jamás tenido en cuente. Todos sus compañeros podían disponer
de sus días libres sin problemas, pero cuando ella pedía un día, por algún
motivo verdaderamente importante, tenía que ver la cara de desdén de su jefe
mientras le decía que estaba cansado de que le dejase en la estacada por cosas
de “mujeres”. Todos sus compañeros habían participado en casos importantes
mientras que a ella sólo la llamaban para acudir a escenas de crímenes o
accidentes donde había unos cadáveres horrorosamente mutilados, y cuando el
caso se ponía interesante la apartaban y se lo daban a algún compañero con más
experiencia. Al principio lo había aceptado, pero cuando le habían dado el caso de un cadáver que había
aparecido en la Campa de Torres a un novato que llevaba tres años menos que
ella en aquel entonces, se había sentido verdaderamente dolida. Comprendía que
era en esos tiempos de cambios, con un sistema de gobierno nuevo y después de
tantos años de dictadura, era difícil aceptar a una mujer en determinados
trabajos. También comprendía que al principio pudiesen dudar de sus cualidades, porque todos ellos
habían recibido una educación como la que entonces se estilaba, es decir,
machista, y de golpe y porrazo no se le podía borrar todo eso, pero ya llevaba
demasiado tiempo en esa comisaría y
había demostrado con creces que podía hacer cualquier trabajo igual que sus
compañeros. Ella siempre entraba la primera y salía la última. También sabía
que la causa mayor de su rechazo era el hecho de ser madre soltera. Para todos
aquellos rectos policías con los que compartía comisaría ella era una
cualquiera que se había acostado con “vete tú a saber cuántos tíos” hasta que,
claro, le pasó lo que le pasó. Lo que ninguno de ellos sabía es que había
tenido un novio formal durante cuatro años, y con el que tenía planes de boda.
Cuando quiso ser policía él le había dado un ultimátum, ella eligió su
profesión. Cuando supo que estaba embarazada no le dijo nada y dejó Avilés para
venirse a Gijón. Necesitaba poner tierra por medio, pero no quería abandonar
Asturias, así que imaginó que con un cambio de ciudad sería suficiente. Los
primeros años habían sido muy difíciles, siempre pidiendo a su madre que fuese
a Gijón a cuidarla niña, pero cuando esta empezó al colegio pudo arreglarse un
poco mejor.
Cuando
llegó a comisaría apenas había nadie, excepto la secretaria, la otra mujer que
trabajaba allí, pero que era bien tratada por todos porque estaba en su sitio,
en el lugar que le correspondía y no ocupando un puesto de trabajo de hombre
con absurdas aspiraciones de futuro.
Cuando
le preguntó por qué no había nadie, ésta le respondió que la mayoría habían
llamado diciendo que tenían gripe, así que el comisario quería verla en su
despacho.
Asustada,
se dirigió a la guarida del lobo, pensando que ella también había tenido gripe,
contagiada por su hija, y no había podido quedar en cama ni un día.
-Siéntate,
Silvia –le dijo el comisario con cara de malas pulgas- y escucha con atención.
Esta mañana una señora, que estaba paseando a su perro, se encontró el cadáver
de una chica. La mayoría de los agentes están enfermos, así que irás a la
escena del crimen y después te acercarás al hospital de Jove para supervisar la
autopsia. Generalmente seguimos otro protocolo y dejamos a los muertos en la
Piedrona del cementerio de Jove, pero dado el estado de la muchacha debemos
actuar cuanto antes. Cuando la autopsia finalice, vienes y me entregas un
informe. Después decidiré como seguimos, quizá con un poco de suerte alguno de
tus compañeros esté de vuelta mañana.
Con
semblante serio Silvia salió del despacho y se dirigió al coche. La había
dolido tremendamente que su jefe le insinuara que sus compañeros eran los más
indicados para llevar el caso, y le había molestado que mostrase tan abiertamente
sus ganas de que éstos regresasen.
Intentando
ser optimista se dijo a sí misma que tal vez lo mejor sería ir a la escena del
crimen y aprovechar la oportunidad. Cuando sus compañeros regresasen, ya se
vería
Aparcó
el coche delante El Molinón y caminó unos minutos hasta el Parque Inglés.
Enseguida vio las luces de los coches patrulla de la policía local y de la
ambulancia. Decidida, se acercó a uno de
los policías y les enseñó su placa. Éste la miró con reticencia y le indicó
donde estaba el cuerpo, a unos veinte metros de allí. Cuando se acercó, sintió
un nudo en la garganta. Una joven de unos veintidós años yacía tendida
bocarriba en la húmeda hierba. Sus
verdes ojos sin vida miraban al infinito y una mueca grotesca le daban a su
cara un aíre extraño, era la expresión más pura del miedo. En el pómulo derecho
tenía un lunar que le resaltaba aun más el rictus del terror que había en su
cara. Vestía una camiseta de tirantes imitando
piel de leopardo y una falda muy, muy corta de cuero negro. Asomaba una
liga roja que sujetaba unas medias de red y llevaba un zapato rojo de altísimo
tacón en uno de sus pies, el otro aparecía tirado a unos metros. Sus cabellos
eran rubios, con tonos más claros sin duda conseguidos con vetas, tan de moda
entonces. También tenía puesta la permanente, así que su pelo era una maraña de
rizos y barro de todas las gamas de amarillo y marrón.
Silvia
se presentó al forense jefe y éste le explicó que en aquel lugar poco podían
averiguar. La chica había sido apuñalada en un costado, pero dada la ausencia
de sangre el crimen debía haber sido cometido en otro sitio. La hora de la
muerte podía estimarla basándose en el rigor mortis, aunque no podía ser del
todo exacta porque al trasladarla probablemente
habría habido cambios de temperatura. Así todo, y apoyándose también en la
temperatura corporal, cría que llevaba unas doce horas muerta. El crimen había
ocurrido alrededor de la medianoche anterior.
En
ese momento llegó el juez, y después de la escrutadora mirada que dirigió a
Silvia dio orden de levantar el cadáver.
Cuando
llegaron al hospital Silvia fue directamente a la sala donde habría de
practicarse la autopsia. La verdad es que la muchacha estaba bastante asustada
y hubiese deseado que en su lugar estuviese Nicanor, su compañero más habitual,
que desconocía la palabra asco y era capaz de comerse un bocadillo de
hígado mientras presenciaba una
autopsia.
Al momento llegó el doctor con un
ayudante y un celador que empujaba la camilla con la víctima. Tras saludar de
nuevo a Silvia encendió una grabadora y empezó a recitar con una voz monótona.
-Mujer caucásica blanca de unos
veinte, veintidós años de edad. Lo
primero que haré será un examen visual. A simple vista, con la ropa puesta, no
se aprecian heridas, excepto unos desgarrones en la camiseta, a la altura del
costado, que hacen pensar en una herida de arma blanca. Tiene varias uñas rotas
y hematomas en los antebrazos, lo que nos indica heridas claramente defensivas,
es decir, la victima resistió. El pelo y la parte trasera de la ropa aparecen
llenos de barro, seguramente debido a que fue arrastrada para dejarla en el
lugar donde apareció. La dentadura está bastante bien conservada, y esperamos
que nos sirva como identificación. Viste una indumentaria llamativa que
podríamos calificar como propia de
“mujeres de la calle”, y va muy pintada, aunque el maquillaje se le ha
descompuesto debido a las horas que ha estado a la intemperie. No lleva
documentación que la identifique, cosa que no es inusual en prostitutas, pero
tampoco lleva bolso ni joyas, y eso si es extraño. Ahora vamos a quitarle la
ropa.
-La
mujer lleva ropa interior negra y roja de encaje y pedrería. En el costado
derecho tiene muchas heridas y muy profundas producidas por un cuchillo de
grandes dimensiones. Ahora voy abrir y terminaremos la autopsia.
Cuando
el doctor terminó de realizar la incisión miró a Silvia con cara de sorpresa.
-Esta
mujer estaba embarazada –explicó- y de tres mese como mínimo, así que es muy
probable que lo supiera. La causa de la
muerte es la pérdida masiva de sangre a consecuencia de las puñaladas
recibidas, acentuada por una terrible hemorragia interna debido al embarazo.
El
resto de la autopsia no aportó apenas nada nuevo, así que Silvia salió del
hospital disparada. Estaba mareada por haber presenciado esa terrible escena,
pero no podía dejar de pensar en que ese embarazo hacía suponer que el crimen
era más complicado de lo que a simple vista parecía. Cuando llegó a la comisaría
escribió su informe y fue a entregárselo al comisario.
-Bueno, parece que el asunto está
bastante claro-dijo el hombre encendiendo un cigarrillo-, se trata de un robo.
No encontraron su bolso y no llevaba joyas, según he podido leer, y ese tipo de
mujeres lleva siempre muchas joyas. Seguramente se metió en un territorio que
no era el suyo y alguien se la quitó del medio. Esperaremos el mes de rigor a
ver si alguien viene a reconocerla si no, a la fosa común, aunque para mí el
caso está resuelto.
Silvia
intentó explicar su punto de vista. No se trataba de un robo porque el forense
había añadido que había apreciado un ensañamiento que hacía suponer que asesino
y víctima se conocían. Añadió que estaba embarazada, pero el comisario la echó
de allí y le dijo que la esperaba al día siguiente para que volviera a su
trabajo de siempre y no lo dejase abandonado. Mientras volvía a casa, cansada
pero con ganas de ver a Carolina,
decidió que resolvería el caso aunque fuera lo último que hiciera. Si
las cosas no salían bien dejaría la policía y buscaría un empleo que le
permitiese estar más tiempo con su
hija.
Cuando
llegó, la niña ya esperaba impaciente y empezó a bombardearla con historias del
colegio, cómo a Marta la habían quitado el bocadillo, que la señorita Regina
había preguntado la lección y que don Miguel les había puestos muchos deberes
de lengua. Sonriendo fue a preparar la cena y llenar la bañera para su hija.
Cuando la pequeña estuvo acostada, Silvia empezó a pensar en el caso. Ella
creía que lo primero que tenía que hacer
era identificar a la víctima, y
una vez dado ese primer paso revisar todos sus últimos movimientos y comprobar
la cortada de las personas con las que se relacionaba.
Se
pasó la semana siguiente, cada vez que tenía un poco de tiempo libre,
recorriendo todos los antros de la ciudad. No le quedó pensión ni casa de citas
por visitar, pero nadie había echado de menos a una mujer con las
características de la víctima. Había perdido la esperanza cuando un día, al
llegar a comisaria, encontró la respuesta. En la sala de espera estaba sentada
una mujer con aspecto llamativo. Preguntando a la secretaria por qué esperaba
si había agentes desocupados, y ésta,
arrugando la nariz, le respondió que estaban esperando a que llegase ella, pues
seguro que no le importaba tratar con mujeres de esa “calaña”. Silvia estaba
perpleja, pero rehaciéndose mandó pasar a su despacho a la mujer.
-Venía
a poner una denuncia –explicó la mujer.
-De
acuerdo. Dígame el nombre y el motivo de su denuncia –pidió Silvia.
-Me
llamo Lulú – dijo la mujer mascando chicle-, pero mi verdadero nombre es
Margarita García. Quería denunciar la desaparición de una compañera.
-¿En
qué trabaja usted? –Preguntó Silvia.
-Trabajo
en la calle, ya me entiende, y Susi era mi compañera. Hace más de una semana
que no sé nada de ella. Al principio no me preocupé, porque últimamente pasaba
varias noches fuera con ese novio nuevo que se ha echado, pero ahora ya han
pasado demasiados días y estoy preocupada.
-Muy
bien. Ahora me gustaría que me diera una descripción de los más detalles
posibles de su compañera-continuó Silvia-, y luego comprobaremos si tenemos
datos de alguien que responda a esas características.
-Susi
tiene veintidós años. Lleva el pelo rubio y rizado. Sus ojos son verdes y
siempre se pinta un lunar en el pómulo.
Mientras
escuchaba la descripción, Silvia pensó que todos esos datos encajaban con la muchacha
del Parque Inglés. Decidió hablar claramente con Lulú y quedaron para ir esa
misma tarde a reconocer el cuerpo.
A
las cuatro de la tarde entraron en el hospital de Jove. Un celador las acompañó
y cuando Lulú vio ante sus ojos aquel cuerpo cubierto con una sábana se sintió
incapaz de mirar.
-¿Qué
ocurriría si no reconozco el cuerpo? –preguntó con un hilo de voz.
-Pues
que si nadie lo reconoce antes de un mes desde la fecha que fue encontrado, se
enterrará en la fosa común.
-Entonces
a adelante –dijo Lulú armándose de valor.
Silvia cerró los ojos y de un
tirón seco apartó la sábana que cubría el cadáver. Lulú observó el maltrecho
rostro y sus ojos se empañaron. Con voz ronca y desviando la mirada dijo que se trataba de Susi.
Cuando
estuvieron de nuevo en el coche Lulú quiso saber qué había pasado a su amiga.
Silvia le explicó lo que sabía y le dijo que quería interrogarla en comisaría,
seguro que ella sabía más de lo que decía. Lulú tenía que irse porque tenía que
arreglarse para empezar a trabajar en un par de horas, pero acordaron verse la
mañana siguiente.
Cuando
Silvia llegó a comisaría escribió el informe y lo dejó en la mesa del
comisario, pues ése había salido. Luego fue a la calle San Bernardo a comprarle
a Carolina el casette de Parchís, pues se lo había prometido cuando había
estado enferma.
Cuando
Carolina vio el regalo que le traía su
madre no cabía en sí de gozo, y pasó el resto de la tarde cantando.
A
la mañana siguiente, cuando Silvia llegó al trabajo, la secretaria, con cara de
bruja, le dijo que el comisario la estaba esperando.
Asustada,
pero con paso decidido, fue a hablar con
él.
-Veo
que has identificado el cuerpo de la prostituta – empezó a decir el jefe.
-Así
es –Explicó Silvia-, una compañera vino a denunciar su desaparición. Ahora
podremos averiguar más cosas…
-De
eso quería hablarte –interrumpió el comisario-. No averiguamos más porque el
caso está cerrado. En esta comisaría el presupuesto es muy reducido y ahora que
sabemos que era una prostituta no merece seguir investigando. No llevaba joyas
ni bolso, así que fue claramente un robo. Ahora será enterrada y tú te ocuparás
de investigar un accidente que ha ocurrido esta mañana en Serín.
-Pero…
-intentó protestar Silvia.
-No
hay peros que valga –zanjó el comisario.
Cuando
terminó de hablar con los implicados en el accidente fue a comisaría a decirle
a Lulú que no podía interrogarla. Después de decirle esto en voz alta delante
de la secretaria la acompañó a la puerta y en un susurro le dijo que debían
verse al día siguiente por la mañana, en la cafetería de la Plaza de los
Mártires.
La
mañana siguiente fue uno de esos días en que todo se retrasa porque no había
sonado el despertador. Después de mil carreras había salido corriendo de cas
sin paraguas y había tenido que resguardarse en la marquesina de la Plaza
Europa. Desde allí había visto a una joven que le había recordado a Susi, y su
mente había empezado a recordar, pero
ahora debía centrarse en el presente y halar con Lulú…
Lulú
ya estaba en la cafetería cuando Silvia llegó. Iba menos maquillada que de
costumbre y sus ojos estaban enrojecidos. Sin duda había llorado, tal vez por
la pérdida de su amiga o tal vez por algún otro problema personal. Después de
pedir un café solo y de saludarse Silvia empezó a preguntarle a la mujer todo
lo posible acerca de Susi.
-El
otro día me dijiste que tu amiga tenía un novio nuevo, ¿Sabes algo de él?
-Sé
que era hijo de algún gordo. Susi siempre decía que se casarían y él la sacaría
de la calle. El chico tenía dinero y siempre le hacía regalos muy caros. Susi
vivía en un piso con tres compañeras y a lo mejor ellas saben quién es él.
Después
le hizo las típicas preguntas sobre la familia de la víctima y sobre sus
amigos. Al parecer la muchacha no tenía familia, o en caso de tenerla no
mantenía ningún tipo de contacto con ella. Tampoco tenía amigos, excepto a Lulú
y las tres chicas con las que vivía. Después de darle la dirección en la calle
Ezcurdia para hablar con las compañeras
de piso, Lulú se fue por donde había venido.
Silvia
observó que había parado de llover, así que fue por El Muro hasta la calle
Ezcurdia. Una vez hubo localizado la vivienda llamó al timbre hasta que
consiguió que le abrieran. Cuando salió del ascensor vio una figura en el
quicio de una puerta. Se trataba de una mujer de unos treinta años que llevaba
un camisón de encaje con una bata haciendo juego. Su pelo estaba enmarañado y
restos de maquillaje embadurnaban la cara. Cuando Silvia se presentó la mujer
la miró extrañada y dijo que nunca había
visto a un “madero” mujer. Luego la hizo pasar a un salón lleno de adornos de lo más variopinto. Había
exquisitas figuras de porcelana de Dresde y brillantes figuras de madera traídas sin duda de algún viaje a
África. La pared estaba llena de tapices con motivos de caza y óleos de fiestas
rurales al más puro estilo de Piñole. La mujer le indicó un confortable sillón
Silvia, sentándose, preguntó por las otras dos compañeras de piso. La mujer
explicó que estaban durmiendo, pues habían acabado de trabajar muy tarde, pero
podría despertarlas. Silvia dijo que primero hablaría con ella, y después
interrogaría a las otras. Cuando la mujer, que se hacía llamar Pela, supo lo
que le había ocurrido a Susi se quedó muy sorprendida. Al contrario que Lulú,
ellas no se habían preocupado por su desaparición porque muchas veces pasaba
días fuera de casa. No entendía por qué ni los periódicos ni las noticias
habían hablado del caso.
Después
de decirle más o menos lo mismo que había dicho Lulú, le dijo que sabía el
nombre del novio, aunque desconocía el apellido. Sabía que era de buena familia y se llamaba Laurentino, un nombre de
lo más raro. Después interrogó a las otras compañeras de piso y todas dijeron
lo mismo. Cuando preguntó si alguna sabía que estaba embarazada, todas se
sorprendieron, pero añadieron que no era raro dado su trabajo, y una de ellas
explicó que ella ya había dado tres niños en adopción a familias de dinero, dos
en Oviedo y otra en Pravia. El tiempo pasaba y Silvia apenas tenía tiempo para
seguir investigando. Entre su trabajo y su hija los días eran una sucesión de
minutos entrelazados en los que siempre estaba pensando qué iba hacer a
continuación. Le preocupaba que Susi aún no hubiera sido enterrada, pues si
pasaba el mes iría a la fosa común, pero ella de momento no podía hacer nada.
Una
tarde cuando iba a casa, vio a la secretaria enseñando unas tijeras muy
extrañas a la mujer de la limpieza. A Silvia le llamaron la atención, y la susodicha, con una voz cargada de orgullo,
le explicó que eran unas tijeras para zurdos que había traído su hijo de
Barcelona. Serían el regalo de cumpleaños de Tino, la secretaria la miró como
si le acabara de decir que no sabía
quiénes eran los Reyes Magos.
-Pues
Tino, mujer –explicó-, el hijo del comisario. Es un joven con posibles y mi
hija pequeña es muy guapa, así que le dará este detallito por su cumpleaños y
así podrán hablar e ir conociéndose. Cuando salió de allí, Silvia pensaba en lo
superficial que era aquella mujer. Sólo le importaba que su hija hiciese una
buena boda, seguro que ni se le había pasado por la cabeza preguntarle si
quería estudiar, o si le gustaría trabajar en algo.
Cuando
llegó a casa Carolina esperaba impaciente. La habían invitado a una fiesta de
cumpleaños y estaba muy contenta. Su madre apenas podía creérselo, porque
generalmente a su hija no la invitaban a esa clase de eventos porque su madre era,
ya sabes, algo ligera de cascos y la criatura estaba creciendo sin padre. Luego
su hija sacó un troza de cartulina profusamente decorado de su cartera y dijo
que era la invitación, pero que su amigo se había equivocado al escribir el
nombre. No había puesto Nacho, sino Ignacio.
Silvia sintió que todo le daba
vueltas, y mientras le explicaba a su hija que Nacho era diminutivo de Ignacio,
a su mente acudían las palabras de la secretaria: “Tino, mujer, el hijo del comisario”, y recordaba que el novio de
Susi se llamaba Laurentino. Eso podía ser casualidad, pero las heridas que
presentaba la víctima estaban en el costado derecho, y habían sido hechas por
delante, por tanto las había realizado algún zurdo.
Los
siguientes días se dedicó a recopilar toda la información posible sobre Tino.
Conocía sus apellidos y dirección, así que solo tuvo que seguirlo discretamente
y averiguar quiénes eran sus amigos. Luego fue abordarlos de uno en uno con
diferentes excusas, en una ocasión dijo que era una investigadora que buscaba
terroristas y necesitaba datos de todas las personas de una lista, que ella se
había inventado, y se lo creyeron. Otras veces utilizaba otros pretextos, y una
vez llegó incluso a vestirse y arreglarse para introducirse en el círculo de
amigos. Estuvo de suerte y pudo hablar
con una de sus amigas. Fingió interesarse por Tino y la chica le dijo que debía
mantenerse alejada lejos de él, porque era un cara dura que había dejado
embarazadas a un montón de chicas y su padre las pagaba viajes a Londres para
deshacer el entuerto.
A
esas alturas Silvia estaba razonablemente segura de que Tino había matado a
Susi, todo concordaba. El problema era que no tenía ni una sola prueba, y como
su padre era quien era, debía buscar pruebas que fuesen absolutamente
irrebatibles. Armándose de valor llamó al laboratorio para preguntar si ya
tenían los resultados de las pruebas realizadas a Susi, y el chico que estaba
al teléfono le respondió que Sí pero que como el caso estaba cerrado no las
habían enviado. Ella dijo que pasaría a recogerlas porque debía ponerlas en el
informe antes de cerrar el caso. Lo peor fue convencerlo para que no llamara al
comisario para corroborar, pero estaba tan ocupado que al final quedaron de
verse en el hospital para entregarle a Silvia los resultados. Cuando Silvia se
encontró con el chico del laboratorio. Pedro, éste le resumió un poco el
informe.
-Me
imagino que ya sabes lo que di cela autopsia. Lo bueno es que hemos encontrado
huellas dactilares. Ha sido una casualidad porque se supone que el asesino
llevaba guantes, pero había dos huellas parciales, aunque bastante claras, en
una uña de la víctima. También había fibra de moqueta que no sabemos
identificar, pero nos han dicho que son muy raras y si encontramos otra igual
son muy fáciles de identificar. De todos modos, como el caso está cerrado, poco
importa. El dueño de las huellas no está fichado, lo hemos comprobado.
Al
día siguiente Silvia decidió jugárselo todo a una sola carta. Pidió una
grabadora prestada a la madre de una amiguita de Carolina, y observó la casa de
Tino. Cuando éste salió, le siguió. Se pasó media mañana dando vueltas por
Gijón, de la casa a la Caja de Ahorros, de allí a la Plazuela San Miguel, y una
vez allí entró en el Cafetón a tomar un café. Entonces Silvia aprovechó y entró
a la cafetería. Vio que se había sentado solo y con su mejor sonrisa preguntó
si podía acompañarle. El joven se sorprendió, pero cuando quiso darse cuenta ya
estaba en su mesa.
-Hola,
me llamo Silvia.
-Hola
–dijo el joven.
-Me
gustaría hacerte algunas preguntas. ¿Conocías a una joven llamada Susi?
-No
–dijo el chico-, no me suena, pero conozco a mucha gente y no recuerdo todos
los nombres.
-Ésta
ha aparecido muerta, así que es más fácil de recordar –continuó la agente-. Sus
amigas juran que eráis novios, y hay testigos que os vieron juntos la noche en
que murió –mintió ella.
-Sus
amigas pueden decir lo que quieran –dijo el joven con frialdad-, pero no era mi
novia. Además nadie pudo vernos porque estuvimos en mi casa.
-Entonces
afirmas que la conocías. ¿Qué hacía en tu casa esa noche? –siguió la chica.
-Nada,
solo hablar un poco.
-Fue
a decir que estaba embarazada –sugirió Silvia-y tú no supiste cómo salir del
problema.
-Aunque
así fuese, eso no significa que yo sea su asesino-se defendió el muchacho.
-No, pero
todo apunta hacia ti. En primer lugar tuviste la oportunidad y el móvil.
Además
eres zurdo, algo que concuerda con el asesino, pues nadie diestro habría
podido darle a alguien esas puñaladas. Tu padre es el comisario y pudo cerrar
el caso fácilmente, por eso me lo dio a mí, para poder quitármelo sin levantar
sospechas.
-Usted
no puede demostrarlo –dijo Tino desafiante-, nadie le escuchará y no tiene
pruebas.
-Por
supuesto que las tengo. Además delo dicho, he grabado esta conversación donde
reconoces que has dejado embarazada a la víctima y que estuvo en tu casa la noche de su muerte. Tenemos muestras de
moqueta que podremos comprobar con las del material del coche, donde la metiste
para llevarla al parque, y, por último –dijo cogiendo rápidamente la taza de
café que estaba tomando Tino-, tenemos tus huellas y podemos comprobarlas con
éstas que me acabas de regalar.
La
cara de Tino era una mueca de ira y frustración, pero no podía hacer nada.
Estaban en un sitio lleno de gente y aquella mequetrefe se había salido con la
suya.
Dos meses después
Silvia recordaba el triste
entierro de Susi. Su amiga Lulú aseguraba que la muchacha quería un entierro
civil, así que una lluviosa mañana se reunieron en el cementerio de Ceares, y
allí, sin rito ni pompa, y con la sola presencia de Lulú, sus tres compañeras
de Piso y Silvia la enterraron en la parcela de disidentes del Sucu, ese lugar
en el que un muro separa a los buenos cristianos que irán al cielo de las almas
corrompidas como Susi. Cuando la última palada de tierra cayó sobre ella,
Silvia se despidió del escueto cortejo fúnebre y fue bajo la lluvia a buscar a
su hija.
Sumida
estaba en esos recuerdos cuando los chillidos de Carolina la devolvieron a la
realidad.
-¡Mami,
mami! – Chilló carolina-, hay una foto tuya en “El Comercio”.
Silvia
cogió el periódico que le tendía la pequeña y lo leyó. El artículo era bastante
corto, pero el periódico había sabido resumir muy bien el caso. Al final todo
había sido como ella se había imaginado. Susi se había quedado embarazada y
cuando se lo había dicho a Tino éste
le había dicho que le pagaría un viaje a Londres para que abortara. La muchacha
se negó a ello y le amenazó con contar a
todos que iba a tener un hijo con una prostituta. Dominado por la rabia la
había apuñalado con un cuchillo jamonero, y a altas horas de la madrugada la
había metido en el maletero del coche y la había dejado en el Parque Inglés.
Las fibras del maletero habían sido una prueba muy importante, porque esa
moqueta no venía de serie, se la había puesto él, por tanto solo podía proceder
de su coche. Las huellas de las uñas se las había hecho seguramente durante el
forcejeo, cuando aún no se había puesto los guantes. Al final del artículo el
periodista felicitaba a Silvia, la primera inspectora de la región, y esperaba
que pronto pudiese sustituir al destituido comisario. Sonriendo, cerró el
periódico y se puso a cantar con su hija; Parchís, chís, chí…
.
Lo termino de leer y me encanto. Felicidades a la autora.
ResponderEliminarUn placer que te haya gustado.
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